viernes, 21 de diciembre de 2012

Metáfora de una metáfora



Y se secaron.
Yacen ahora marrones, preciosas,
sobre losas acostumbradas.

Apenas llegar,
son ya ancianas piadosas;
puras y sabias, alzan sus alas
en efímero viaje, guarecidas
por soplidos incesantes, silenciosos.

Contornos disonantes preservan
su ser profano en voluble trazo
de caóticas grecas, tildadas
por dulce error de imprecisas.

Mientras, frágiles muecas cómplices,
en explícita ayuda, verdean
limítrofes relatos que adulan,
con irónica destreza,
conatos de existencia eterna.

Se esparcen, desaparecen;
inventan sobre ajeno tallo
moralejas imprescindibles,
resueltas, al fin y al cabo,
a ser el verso más bello
que, infalible, en su rima muera.

Sus sueños vueltos hacia afuera,
resta a la cima el peldaño
que desciende hacia el olvido,
inicuo apodo el de longevo,
temido el daño acumulado.

No es algo nuevo. Llegó el otoño
y se secaron.

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